No sentir odio hacía uno mismo es muy difícil de curar, y más aún, reconocer que lo hacías, pero que lo ocultabas sin darte cuenta, odiando a los demás.
No sentirse amado por uno mismo... querido... valorado. A tal punto de querer demostrar a toda costa, algo que no es verdad. Y terminar desgarrando el corazón de tu alma gemela, los de tu sangre misma o el una gran amistad.
Para luego seguir autoflagelandote, porque sabes que no puedes cambiar... que no consigues hacerlo, y que no serás capaz.
¡Porque estamos convencidos, que el problema no es uno mismo, si no que todos los demás!
Si nos apuñalan los de afuera, es porque ya nos autoapuñalamos una infinidad de veces, para saber cómo acoplar todas las demás. ¡Las que duelen con razón!
¡Pero no hay dolor tan fuerte, como el sentirse culpable!
Desear cambiar y eso, y saber que el tiempo ya no vuelve atrás. Miedo a sentir la impotencia en carne vida de nuevo, mientras te vuelves a envenenar una vez más... Volver a fracasar... Volverla a cagar. Porque la herida aún no sana.
Te has equivocado de nuevo o llegaste muy tarde a comprenderlo. Y ya es tarde para perdonar o pedir perdón. Y la culpa te carcomerá con mayor voracidad.
Tus demonios se escaparán de las jaulas, alojadas en el abismo helado de tu ser (en alma, mente y cuerpo) para autodestruirte o hacer que destruyas a alguien más.
Y te arrepentirás. A la larga lo entenderás. O tal vez no.
Y sea en ese preciso instante, en que te vuelvas la persona, que juraste jamás ser. Entonces, ya no habrá retorno alguno.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario