¡Porque nadie ni nada podía contenerme, me sentía inalcanzable, imparable!
Y un día conocí a mi estrella, la que ilunminó mi esencia imperceptible, invisible a los ojos del mundo entero. Harto de ser pisoteado y de estar bajo los pies de otros, solo para conservar las huellas que dejaron marcadas en mí cuerpo... Para que desaparezcan con el tiempo, las mías...
Pero esa estrella, un día me dió color, y me devolvió la vida. Tan radiante como ningún otro astro, y yo tan perdido como moribundos en el desierto, muerindome de amor, como si fuera de sed.
¡Era mi Dios, lo era todo para mí!
Pero un día su amor por mi se apagó, y ella se fue muriendo, y yo me fui enfriando, perdiendo color otra vez.
Quise reclamarle que no me abandonara, que sin ella me quedaría vagando para siempre, hasta quedarme atado al olvido. Pero ella enfureció, y en un ataque de locura, como supernova explotó. Liberó tanta energía canalizada en enojo, que sin quererlo me cristalizó. No entendía el inmenso amor que le tenía, y yo no supe cómo entender su decisión. Pero así es el amor, un día somos arena y otros días simple cristal. Un día permanecemos resistiendo la vida misma, y de tantas caídas, puede que una te quiebre en mil pedazos.
Pero el polvo vuelve al polvo. Y al final, me hice cenizas, que el viento esparció.
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