A ciegas, anduve entre los avismos de mis pecados mentales, por creer en esas mismas palabras.
Por aceptar lo que pensaban de mí, me olvidé de mis propios principios, aproximándome a lo que jamás creí ser.
Bien o mal, correcto o incorrecto, moral o no...
Estuve jugando al tira y afloje, con la cuerda que me condenaría a la culpa.
Odiando todo de mí por sentir odio hacía los demás, y señalando a muchos por seguir mis convicciones.
Pero no siempre tuve la razón, y más de una veces, fuí yo quien se provocó el daño.
La puerta de escape siempre estuve frente a mí, sin candados ni trabas. Sólo era yo mismo, obligandome a pagar el precio, por no saberme perdonar y por no perdonar a los demás.
Dejar de envenenarse, luego de estar consumido por el resentimiento, no es fácil cuando ya has tirado la toalla, y prefieres ahogarte en un mar de rabia, aún sabiendo que sólo a tí mismo te haces mal.
No es sencillo liberarte de los demonios que te vociferan.
No es fácil... Pero nunca es tarde para volver a comenzar.
Y ser quien auténticamente eres, sin la aceptación de los demás. Y podrás caminar entre los recuerdos más dolorosos de tu mente, sin que te perturben ni te quiten la paz.
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