Nunca había sentido algo así... ese cosquilleo hermoso y placentero dentro de mí, que me estremeció por completo.
Y de golpe pude percibir su presencia, sintiendo todo, sabiéndolo todo.
Y ese cosquilleo hermoso, de pronto, pasó a saber a un amargo intenso.
Me sentí tan desprotegido, tan desamparado... Porque mi vida entera era un libro abierto, y en carne propia. Sin vendas, sin mentiras, sin nada que ocultar.
Pero al mismo tiempo, me sentí tan comprendido. Puesto que estaba en mis zapatos, pasando por todo mi recorrido, soportando todas las tormentas, levantándose de las caídas, saliendo de los pozos, esclavo de mi mente y de mi pesar.
Y ese cosquilleo, ya no era amargo, era fresco. Cómo si la culpa y el perdón, pudieran saber a algo. Y al final del día, decir la verdad, te libera de las toneladas cargadas por demás, aliviado exponencialmente, el alma. Solamente que ni tuve que decir ni una palabra. Todo estaba ahí a su voluntad.
Me dejé fusionar. Me dejé llevar.
Deje que fuéramos uno, viajando por los confines de mis memorias. Y al llegar al final de todo el camino, logré sanar.
Porque fue más que empatía, fue más que comprensión y tolerancia. Fue lo que nadie podría hacer echo jamás con nadie. Otra mirada dentro de mí, fuera de la mía. Y por tal motivo comprendí cual era la solución para tanto dolor.
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