Me encontraba caminando, hacia un lugar del cuál no tenía noción, y aún así, me pareció saber a dónde
iba.
Ayer cambió toda mi
vida... Ayer dejé de ser yo mismo.
Las cosas pasaron porque de ese modo tenían que pasar, y sólo fue cuestión de una simple, pero difícil decisión.
Sin mirar hacia atrás, y
sin pensar en mi futuro, me dediqué a alguien más.
Sin siquiera recordar a mi
familia, me dediqué a avanzar por la de alguien más.
No tuve tiempo de discutirlo ni de entender si fuí egoísta o estúpido.
¡Simplemente, con todas mis fuerzas
lo empujé!
Y en ese entonces, pude ver a
todos llorando.
¿A caso fue todo en vano? ¿A caso
no lo salvé?
¡Vaya!, me encontraba caminando entre las sombras, que tratraban de ocultarme.
Pero dentro de tanta tristeza, tenía que haber un pequeño brote de felicidad.
Tenía que hallar a ese
niño, para asegurarme de que realmente se encontrara bien.
Mientras, caminaba a paso
lento, observaba como toda mi vida pasaba frente a mis ojos rápidamente.
Tenía miedo y dudas, pero a la
vez sentía que ya nada debía importarme.
Y entre tantas lágrimas y tantos lamentos, pude ver al niño de espaldas.
¡Qué alivio que sentí! Él estaba sano y salvo;
Estaba siendo contenido por una
persona en medio de toda la gente.
Poco a poco, me aproximé con cuidado, dando la
vuelta, hacia él.
Me incliné de rodillas y
simplemente acaricié su rostro.
Pude sentir su dolor, mientras le caían lágrimas por las mejillas.
Y pude ver reflejado, a través de sus ojos, toda la situación acontecida.
Claramente, observé cómo lo empujé
fuera de la calle, evitando que lo atropellara la muerte.
Pobre niñito, que pensó que todo
su mundo se derrumbaría en ese instante.
Sentí la fuerza con que esa persona lo abrazaba, casi sin dejar que tuviera aliento.
Era un abrazo lleno de amor, de un amor inmenso.
Y me levanté con sutileza, para
entender el amor de su protector.
¡No lo podía creer!
Era mi padre, quién lo sujetaba, y
se aferraba a él con todas sus fuerzas.
Podía ver como lloraba
desconsoladamente y se quebraba en dos.
No lo entendía ¿Porqué
él estaba ahí?
¿Cómo pudo encontrarnos en medio de toda esta oscuridad?
Y con instintos, pude reconocer un grito lleno
de angustia a mis espaldas.
Me di vuelta con con ferocidad, para culminar con mi incertidumbre,
¡Y allí
la reconocí!
Era mi madre, postrada en suelo,
llorando granos sólidos de aflicción.
¿Y ella porqué estaba ahí?
¡Cada vez me sentía más confundido!
Hasta que, en medio de las tinieblas, decidí buscar alguna luz, que aclarara mi frustración. Buscando a mis alrededores, testigos que dieran fe, de todo lo que pasó
Hasta que quedé detenido fíjamente, en mi madre. Observando como ella, también abrazaba a alguien más.
El tiempo se detuvo en ese
momento, y se congeló.
Era algo tan ilógico... Eran tan imposible.
Y aunque suene a locura total, a inventos de un delirante,
¡Pude ver cómo me estaba sujentando a mí!
Todo parecía un sueño, tan extraño y tan espantoso.
Me veía, cara a cara, todo
lastimado, cubierto de sangre y golpeado.
No había llanto, no había muecas, ni expresiones de ningún tipo.
¡Fue cuando supe que no tenía pulso!
No cabía la menor duda...
¡Era
yo quién no se había salvado!
¿Se suponía que había muerto?
¿Estaba en el limbo?
¿O era una pesadilla horrenda donde me imaginé en el mismísimo más allá?
¡Un abismo, que estaba lejos de ser el paraíso!
Pero...
¿Porqué estoy aquí y me siento tan real?
¿Debo caminar por
el valle de las sombras o hallar la luz blanca del túnel?
No me podía ir sin saber lo que
tenía que entender. Sea lo que fuere, ¡Debía saber que estaba pasando!
Lo sentía en mi esencia, ¡Algo
tenía que saber!
Y en ese momento, mi padre se
aproximó con el niño de la mano, y se abrazó con mi madre, con mi cuerpo en brazos.
Pero las palabras de mi madre. Fue la sorpresa, que hicieron que sienta, lo que jamás había sentido en la vida.
Una mezcla de miedo, tristeza,
culpa, alegría y dolor. Un sentimiento tan fuerte, que no puedo lograr comprender.
Sentí todo eso, en medio de
mi pecho, en el interior de mi alma, y en lo que quedaba de mí, en aquel lugar.
Tales palabras habían sido:
"Nuestro hijo se nos fue. Y a pesar de ser un dolor insoportable e
inmenso, más cruel se vuelve esta agonía. Nuestro hijo se nos ha ido sin saber la verdad. Sin saber que, al niño que salvó con su vida, era su hermano menor. El hermanito que nunca conoció".
¡Que irónica que es la vida!
Lo único que podía
hacer en ese momento, era abrazarlos enteramente, hasta que ni yo ismo, pudiera saber más de mí. Hasta que todo se desvanezca. Hasta que mi presencia, ya no hiciera más acto de presencia.
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