Me hiciste soñar de una manera hermosa. Me hiciste creer en lo imposible, me hiciste creyente de las más grandes cosas, y a su vez, investigador de las pequeñas cosas, para luego ponerlas en duda. Me hiciste temerle a lo desconocido, y a encontrar refugio y protección en cosas sencillas, para enfrentarme a mis miedos.
Y me enseñaste a amar sin precio, y a valorar hasta la más insignificante vida.
Y me pongo a pensar... Pienso en la magia que traías contigo, en la bondad con la que me coronabas, y en las alas que me diste para volar. Me olvidé de la gloria en la que estaba, cuando te tenía conmigo.
Pero te perdí... Te perdí innumerables de veces. Y otras veces hacían que te pierda, haciéndome creer que me hacías quedar cómo un tonto. Y no te tuve piedad, y te hice a un lado.
¿Porqué no te di otra oportunidad?
¿Porqué te juzgue si tú nunca me enseñaste a pagar con mal?
Y a veces voy caminando, pensando que muchas cosas ya no tienen sentido, que todo es monótono, y hasta aburrido.
Ya no me cuestiono nada. Todo es absurdo, y si algo no tiene sentido, ya no trato de encontrarlo. A veces parezco estar seco, desnutrido de tu esperanza.
Me siento, duro como roca por fuera, vacío por dentro, terco y cascarrabias, y con falta de voluntad para animarme a buscarte.
Y pensar que la soledad no era lo mismo cuando estaba contigo. Estaba solo pero bajo tu compañía... Porque en medio del silencio, mis manos proyectaban sombras contra la pared, y eso me parecía de lo más entretenido. Porqué jugar a las escondidas y a la mancha, era la felicidad. Patear una pelota y armar una choza con recursos que debía de encontrar.
Contigo, el compañerismo era maravilloso, y el trabajo en equipo se ponía en marcha sin etiquetas ni estigmas. Porque no había nada más innovador que encontrarle la magia a las cosas. Saber porque la luna me perseguía, porque la luz de la heladera se apagaba y saber porque aparecían monedas debajo de la almohada a cambio de dientes.
¡Horas despierto esperando a descubrir!
Era detective, investigador y explorador.
La vergüenza no existía, la timidez no hacía falta, y el valor para animarme a preguntar o a responder siempre prevalecía.
Pero te perdí... O muchas veces me dejé llevar por otros. Porque tenerte conmigo era objeto de burla. Y por crecer y encajar en otro lugar, te fui dejando de lado. Me olvidé de todo lo que me diste y de todo lo que me enseñaste. Y pensar que en mí no había nada de maldad, nada de egoísmo, nada de desprecio... Todo era amor, esperanza y diversión... No estaba solo. Ahora entiendo que no te tenía, si no que tú me traías contigo de la mano en todo este tiempo. Y yo te solté para ir por mi cuenta, cuendo creí que debía hacerlo. Tal vez me dediqué a entender las cosas de otra manera, siguiéndo mis propios instintos. A buscar mis verdades. Pero me arrepiento mil veces de haberte dejado ir, mi querida inocencia.
No es mañana cuando deberías estar haciéndolo. ¡Apresúrate antes de que raye el alba! Después será el momento en que, todo ser humano, deberá sentirse realizado por completo.
Seguidores
miércoles, 2 de enero de 2019
Inocencia
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario