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miércoles, 2 de enero de 2019

Inocencia

Me hiciste soñar de una manera hermosa. Me hiciste creer en lo imposible, me hiciste creyente de las más grandes cosas, y a su vez, investigador de las pequeñas cosas, para luego ponerlas en duda. Me hiciste temerle a lo desconocido, y a encontrar refugio y protección en cosas sencillas, para enfrentarme a mis miedos.
Y me enseñaste a amar sin precio, y a valorar hasta la más insignificante vida.
Y me pongo a pensar... Pienso en la magia que traías contigo, en la bondad con la que me coronabas, y en las alas que me diste para volar. Me olvidé de la gloria en la que estaba, cuando te tenía conmigo.
Pero te perdí... Te perdí innumerables de veces. Y otras veces hacían que te pierda, haciéndome creer que me hacías quedar cómo un tonto. Y no te tuve piedad, y te hice a un lado.
¿Porqué no te di otra oportunidad?
¿Porqué te juzgue si tú nunca me enseñaste a pagar con mal?
Y a veces voy caminando, pensando que muchas cosas ya no tienen sentido, que todo es monótono, y hasta aburrido.
Ya no me cuestiono nada. Todo es absurdo, y si algo no tiene sentido, ya no trato de encontrarlo.  A veces parezco estar seco, desnutrido de tu esperanza.
Me siento, duro como roca por fuera, vacío por dentro, terco y cascarrabias, y con falta de voluntad para animarme a buscarte.
Y pensar que la soledad no era lo mismo cuando estaba contigo. Estaba solo pero bajo tu compañía... Porque en medio del silencio, mis manos proyectaban sombras contra la pared, y eso me parecía de lo más entretenido. Porqué jugar a las escondidas y a la mancha, era la felicidad. Patear una pelota y armar una choza con recursos que debía de encontrar.
Contigo, el compañerismo era maravilloso, y el trabajo en equipo se ponía en marcha sin etiquetas ni estigmas. Porque no había nada más innovador que encontrarle la magia a las cosas. Saber porque la luna me perseguía,  porque la luz de la heladera se apagaba y saber porque aparecían monedas debajo de la almohada a cambio de dientes.
¡Horas despierto esperando a descubrir!
Era detective, investigador y explorador.
La vergüenza no existía, la timidez no hacía falta, y el valor para animarme a preguntar o a responder siempre prevalecía.
Pero te perdí... O muchas veces me dejé llevar por otros. Porque tenerte conmigo era objeto de burla. Y por crecer y encajar en otro lugar, te fui dejando de lado. Me olvidé de todo lo que me diste y de todo lo que me enseñaste. Y pensar que en mí no había nada de maldad, nada de egoísmo, nada de desprecio... Todo era amor, esperanza y diversión... No estaba solo. Ahora entiendo que no te tenía, si no que tú me traías contigo de la mano en todo este tiempo. Y yo te solté para ir por mi cuenta, cuendo creí que debía hacerlo. Tal vez me dediqué a entender las cosas de otra manera, siguiéndo mis propios instintos. A buscar mis verdades. Pero me arrepiento mil veces de haberte dejado ir, mi querida inocencia.

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